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Las mentiras del espejo

Hicham Berrada Tenía 13 años y estaba rellenita, no, gorda, esa es la verdad. «Vaca gorda», decía el último mensaje anónimo. Me sentía culpable. ¿Por qué? Pues por todo: por comer, por no ser perfecta... Creía que si adelgazaba me iban a querer. Empecé a dejar de comer. Comenzó mi suplicio. Hablaba lo justo. Ni eso. Buscaba la soledad y me molestaba que alguien interfiriera en mis cosas. Como mi madre que entraba en mi cuarto con cualquier excusa:«Te hago esto, te apetece aquello». Yo le rogaba/exigía: ¡Vete y déjame en paz! Aprendí a mentir. A mis padres de manera compulsiva. Cuando me obligaban a comer me metía los dedos para devolver y los kilos bajaban. Y pensaba que era yo la que controlaba mi vida. Ilusa. Entré en una espiral de miedo y autodestrucción que me introdujo en un mundo paralelo sin lazos de conexión con la realidad. El monstruo que me dominaba me seguía con la mirada, escuchaba su respirar: Demasiado gorda . ¡Qué impotencia de vida! Sin meta, sin final, sin esper